PALENCIA, la bella desconocida

La expresión “la bella desconocida”, referida a su catedral, podría aplicarse a esta ciudad y a su provincia en su conjunto.

Una capital que fue romana y que, en la Edad Media, acogió un rico y poderoso obispado. Palencia tuvo la primera universidad de España, fundada por Alfonso VIII en 1212 y, aunque durase pocos años, el record ahí queda…

La catedral es, sin duda, la visita  imprescindible. Una joya del gótico y el Renacimiento en cuyo interior cualquier persona con sensibilidad artística quedará absorta. No sólo es la valía de su patrimonio, también la singularidad del edificio, como el hecho de ser la única catedral de España con dos cruceros y la tercera de España en tamaño, además de su cripta visigoda y románica.  Por fuera, eso sí, el templo despista, pudiendo parecer un mazacote. A ello contribuye la sobria e imponente torre de campanas recuerda su pasado defensivo; no hay que olvidar que los obispos de Palencia fueron los todopoderosos señores de la ciudad durante muchos siglos. Esa primera impresión desaparece nada más entrar en la catedral: uno se queda sin palabras.

La iglesia de San Pablo, gótica, sorprende por su porte. El retablo de su capilla mayor es una obra maestra, equiparable al de la Catedral, con las sepulturas laterales de los Marqueses de Poza. Imprescindible también el grupo escultórico de la Piedad, de Alejo de Vahía, en una capilla lateral.

El eje vital y comercial de Palencia es su calle Mayor. Recorreremos buena parte de sus 900 metros, soportalados en uno de sus lados, con casas muy destacables, como las edificadas por el arquitecto local, Jerónimo Arroyo, alumno de Domènech i Montaner, que incorporó a sus edificios paneles cerámicos y otros detalles modernistas.

Muchas ciudades se asocian a un río. Palencia, también. Desde las ajardinadas orillas del Carrión y sus puentes (Puentecillas y Mayor) se aprecia de maravilla la silueta de la fachada oeste de la catedral y la original belleza gótica de la torre de la iglesia de San Miguel.

Otro icono de la ciudad es la imponente escultura del Cristo del Otero, del escultor local Victorio Macho, sobre un cerro, a las afueras. Una obra tan austera como el paisaje castellano en que se encuentra, pero que recomendamos conocer, aunque sea desde la distancia.

En el entorno de la calle Mayor, el parque del Salón o el barrio de la Puebla, encontrarás establecimientos donde tapear. En la visita conocerás el bar Alaska que, por su solera, merece una parada. Fundado en 1936, conserva sus mostradores altos, espejos, radiadores de hierro y azulejos en el zócalo de las paredes, con el techo decorado con pinturas y molduras y una curiosa escalerilla de caracol de forja que sube a los baños.